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Manuel Peláez Gorrochotegui y las milicias de la huasteca veracruzana

En los innumerables estudios sobre la Revolución mexicana, apenas se menciona el nombre de Manuel Peláez Gorrochotegui, el cacique reaccionario de la Huasteca veracruzana. Las escasas referencias lo presentan como un traidor, encabezando una pandilla de bandidos, pero no existe un verdadero análisis de su papel, que, a pesar de todo, resultó bastante positivo. Es necesario entonces ubicar su acción en el contexto muy particular de la explotación petrolera regional.

Desde fines del siglo XIX, dos compañías extranjeras comparten el control de los ricos yacimientos petroleros de la región: la Huasteca Petroleum Company del norteamericano Edward L. Doheny, y la Compañía de Petróleo El Águila, del Británico Weetman Pearson, Lord Cowdray. No pagan impuestos al gobierno mexicano.

A pesar de unos incidentes aislados, la calma reina en la región, debido a una extraña alianza entre los petroleros y los grandes terratenientes.

Astutamente, el inglés Lord Cowdray había aconsejado a la familia de Peláez de rentar sus propiedades a las compañías petroleras, en vez de venderlas, asegurando así recursos regulares a los propietarios, mientras reducía los gastos de las empresas.

Así se estableció un equilibrio frágil pero provechoso entre los pozos y la explotación ganadera y agrícola. Para los habitantes, esta situación resultaba más benéfica que la defensa de la soberanía nacional. Pero resultaba indispensable mantenerla.

Al estallar la Revolución en 1910, Manuel Peláez y muchos otros hacendados se acercan con prudencia a Madero, pero cuando el nuevo Presidente contempla instaurar un impuesto sobre la explotación petrolera, se alejan rápidamente. Peláez participa al levantamiento de Félix Díaz, y tiene que refugiarse en los Estados Unidos.

Después del golpe de Huerta, regresa de su breve exilio y organiza, con la ayuda de las compañías petroleras, una guardia cívica. Muchos empleados de las empresas petroleras son norteamericanos, pero hay también españoles, cubanos o ingleses.

Peláez y los otros hacendados disponen de un personal numeroso. No se debe tampoco olvidar la presencia de muchos campesinos franceses o italianos que desconfían del movimiento revolucionario y del régimen dictatorial de Huerta.

Desde la llegada de Huerta, las compañías petroleras empezaron a comprar armas y a reclutar guardias, muchos de ellos extranjeros, para proteger sus instalaciones. Peláez logra fácilmente reclutar rancheros, empleados de los pozos y mercenarios, posiblemente extranjeros.

Su objetivo principal: mantener la paz en la región. Su adversario principal es Huerta, pero no duda en oponerse de manera violenta a los militantes anarquistas extranjeros y a los agentes alemanes que tratan de suscitar incidentes para desorganizar la producción petrolera.

De acuerdo con los diferentes autores, Peláez disponía de entre 700  y 3000 hombres. Pero tenía que mantenerlos, abastecerlos en armas y municiones.

En vez de recurrir al saqueo o al bandidismo, Peláez prefiere vender su protección a las empresas: asegura así recursos suficientes y regulares, que algunos historiadores evalúan a unos 40 000 dólares por mes. Los combatientes de Peláez se transforman así en verdaderos empleados de las compañías petroleras.

Al lograr la victoria el movimiento Constitucionalista, el gobierno de Carranza contempla aumentar los impuestos sobre la explotación petrolera. Peláez tiene nuevamente que cambiar de bando y se posiciona del lado de  los convencionistas, el de Villa.

Los reúne además una misma simpatía hacia los gringos. Peláez y sus hombres toman parte, aunque con moderación, a la batalla de El Ébano, entre las fuerzas de Villa y de Carranza.

La victoria carrancista le obliga nuevamente a buscar otras alianzas, primero con Zapata, y después con Obregón. En todos los casos, Peláez favorece el movimiento regionalista contra los posibles o supuestos abusos del gobierno. Para la historiografía nacional, el cacique aparece entonces como un agente extranjero, un mercenario reaccionario comprado por las compañías petroleras. Por eso, raras veces se menciona su nombre y su acción.

En su historia de la revolución mexicana, Silva Herzog nunca cita su nombre, por ejemplo. Pero no cabe duda que en la Huasteca veracruzana, a pesar de algunos incidentes aislados y por supuesto de la batalla de El Ébano, ocurrieron pocos enfrentamientos importantes.

Son escasas las menciones de combates, de destrucciones y de muertos y heridos. Casi no sufrieron daños las instalaciones petroleras. Tendría entonces que reevaluarse debidamente el papel de Manuel Peláez Gorrochotegui en el mantenimiento de este oasis de paz y tranquilidad que representa la Huasteca veracruzana, entre 1910 y 1920.

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